EXPERIENCES DE INMA FIERRO
A continuación el texto crítico de Laura Izquierdo
“El color es en general un medio para ejercer una influencia directa sobre el alma. El ojo es el martillo templador. El alma es un piano con muchas cuerdas. El artista es la mano que, mediante una tecla determinada, hace vibrar el alma humana”.
Wassily Kandinsky
Vivimos en un mundo saturado de imágenes, donde las formas, colores e ideas nos envuelven ilimitadamente, de tal manera que es el propio ojo del observador el que tiene que moderar esas imágenes y ceñir su atención en algunas determinadas. Esas imágenes, influirán en el espectador haciéndole discurrir, intentar entender. Y aquí entra esa búsqueda del artista, para que sus imágenes no pasen inadvertidas en ese torrente de imágenes, para que sus colores lleguen directamente al alma, haciendo que retumbe algo por dentro, de forma que el ruido de ese temblor haga eco y perdure en la memoria.
Inma Fierro se sienta delante del piano y se dispone a tocar. Los colores llegan al lienzo, extendiéndose, mezclándose, superponiéndose grácil y sutilmente. Amables y fluidas, y otras más agresivas e irrefrenables, son composiciones que narran las emociones de la artista, quien se conmueve, recorre las teclas y expresa ese recorrido íntimo, personal y vitalista en el lienzo.
No es un trayecto realizado al azar: tiene energía, elegancia, vibración. Son formas y texturas indefinidas que se confrontan entre sí y se aúnan para formar un todo fluido y armonioso que parece salirse de los límites del cuadro, intentando alcanzar lo inefable.
Su exteriorización y esencia traen consigo ese aspecto satinado de los artistas ‘colour field’ del expresionismo abstracto americano. Podemos escuchar el eco de las obras de Clyfford Still, Theodoros Stamos o Helen Frankenthaler a través de las abstracciones de Fierro. Son pinturas que se construyen en el ojo, en el “martillo templador”, organizando un concierto de estridente percusión y apacibles cuerda y viento. Al mismo tiempo, en su simbología y textura escuchamos también un eco más cercano en espacio, el del informalismo matérico del catalán Antoni Tàpies. Con sus trazos serpentea los pigmentos, en líneas curvas y rectas que dejan rastro de su huella, de una naturaleza avasalladora.
En 1936, Alfred Barr declaraba la pintura abstracta como “más intuitiva y emocional que intelectual: prefiere las formas orgánicas y biomorfas a las geométricas, las líneas curvas a las rectas, el carácter decorativo al estructural y, dado su interés por lo místico, lo espontáneo y lo irracional, es más romántica que clásica”. Casi ocho décadas después, vemos ese legado abstracto en la obra de Inma Fierro. La artista crea un arte íntimo y humano, definitivamente intuitivo y emocional; composiciones sinceras irradiando fuerza y carácter; pinceladas valientes y dinámicas que arrastran recuerdos; capas transparentes que nos quieren dejar ver el trayecto de su pintura, de su experiencia personal; un impulso intrínseco que emana euforia y, aún más esencial, vida.
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